martes, 2 de abril de 2024

La dignidad de una voz

 

A raíz del desguazamiento del Programa “Primeros Años” de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia, comparto un texto que originalmente fue publicado en agoto de 2018 en el blog “Nuestro Querer”, cuando el experimento neoliberal de aquel momento amenazaba con su desmantelamiento. Hoy la situación es mucho peor porque, además, alcanza a otras áreas sensibles del Estado, como la Anses y tantas otras.

 

No hay imágenes, es tan sólo un audio que deja ver muchas cosas si, como decían mis abuelos, se abren bien “los óidos”. La que habla es una mujer de treinta años, F., madre de “cinco hermosos, maravillosos hijos”. Ella trabaja en un programa estatal que fue creado, en el año 2006, por el gobierno popular y que, milagrosamente, aún se mantiene en pie: la función de F. como “facilitadora” consiste en acompañar a las familias con hijos de 0 a 4 años para brindarles asesoramiento en la crianza.      

 

Dicho así, puede perderse en la vaguedad de una nebulosa sin cable a tierra, pero F. enseguida aclara que su labor en los barrios pasa por enseñar cosas tales como nutrición, amamantamiento, calendario de vacunas, y varios ítems más, pero también a “que sepan la importancia que tiene un libro, de leer un cuento a sus niños, de tomarse ese tiempo”.

 

La voz de F. se detiene, parece que vacila, y luego arranca de nuevo porque necesita decir lo que ella misma aprendió enseñando a otras mujeres: “Aprendí a escuchar a mis hijos, a compartir más momentos, a sentarme a leerles un cuento, a jugar -sobre todo a jugar-, a cocinar sano. Aprendí a ser compañera, una mejor esposa, una mejor mamá, una mejor hermana, tía, amiga, a escuchar a los demás”.

 

Dice que antes no era así, ella no escuchaba, y retoma el tema de los libros: “Mis hijos agarran libros, antes no, y leen sus propios cuentos, se leen unos a otros, éso no lo hacían: lo hacen porque me ven a mí ahora, antes yo no lo hacía. Antes me decían: ‘Má, ¿me comprás ese libro?’, y yo les decía: ‘¿Para qué querés ese libro? Dejá de joder’. Y ellos me miraban como diciendo: ‘Es más rara mi mamá’”.

 

“Pero hoy sí tengo, tengo una biblioteca enorme en mi casa, muy linda, donde comparto todos esos libros con mis hijos; tengo también libros que me han dado en el Programa para trabajar con las familias, y que yo les leo a mis hijos siempre: ya dejé de ocuparme tanto de mi casa, de lavar, de limpiar (un poco), y me ocupo más de mis hijos, trato de darle más tiempo a ellos”.

El primer audio termina con F. agradeciendo, muy conmovida, a todas sus compañeras y a todas las integrantes del equipo técnico por haberle cambiado la vida. Pero se ve que no se quedó conforme y vuelve a grabar sus impresiones, esta vez con voz más firme, y ella más suelta, mientras por detrás se escuchan los gritos de sus hijos más chiquitos, y el ladrar de unos perros en una típica estampa conurbana.

 

Dice que el dinero de la beca le viene bien, pero que no lo hace sólo por eso: “A mí me gusta mucho el Programa, me siento bien. No veo la hora que llegue el martes para ir, salgo, me despejo. Me gusta compartir con las chicas, escuchar lo que hablan: a veces no soy mucho de hablar, soy vergonzosa, cuando hablo se me enciende la cara, pero de a poco estoy perdiendo la vergüenza, y eso también lo estoy aprendiendo”.

 

“Soy feliz haciendo las planillas (donde vuelca los resultados de sus entrevistas con las familias), me siento orgullosa, me siento ‘importante’; es más: me armé una oficina en mi casa, una mesa donde tengo todos los papeles, todas las planillas, todos los libros y cuadernillos que nos dieron. El otro día me regalaron una silla de esas de oficina y la puse ahí; mi marido se me caga de risa: ‘Toda una empresaria, Mami’”.  

 

“Él se da cuenta que a mí me gusta, y me acompaña siempre, me incentiva a hacer esas planillas, y me dice: ‘¿Querés que te ayude?’. Y cada martes cuando vuelvo, me pregunta: ‘¿Y? ¿Cómo te fue? ¿De qué hablaron? ¿Te dieron tarea?’. Y es que yo siempre hago cosas: no nos piden, pero yo hago igual porque cuando voy a visitar a mis familias siempre les llevo algo. La otra vez hice recetarios, como un souvenir”.

 

Ya sobre el final, F. rescata el apoyo de su compañero: “La verdad es que también tengo el acompañamiento de mi esposo, que él siempre me ayuda, y siempre me dice que si no fuera porque tiene vergüenza de estar entremedio de todas las mujeres, ya estaría participando del Programa. A veces me dice: ‘¿Por qué no te quedás vos acá, y yo voy al Programa? Yo voy y te reemplazo’. O ve que no me sale un dibujo, y me ayuda”.

 

Como cierre, F. reitera su agradecimiento, pero también habla de su dignidad: “Quiero que sepan que estoy orgullosa de mí, y de todo lo que aprendí, y que todavía tengo mucho para dar, para brindarles a mis compañeras, al grupo técnico, a mis familias, a todos. Y muchas gracias”.

 

Carlos Semorile.


lunes, 1 de abril de 2024

Recetas de cocina

 

Más o menos para la misma época en que conocí al académico finlandés (ver -en este blog- “La rea danesa”), una joven promesa de las ciencias de la educación decidió que continuaría sus estudios en Alemania. Aunque aquí era el protegido de una muy reconocida pedagoga, parecía que en la Argentina había llegado a su “techo”. Pese a no hablar el idioma, se mandó a realizar una maestría –¿o era un doctorado?- en tierras germanas. Cuando un año y monedas más tarde regresó al país, estaba doblemente feliz: por haberse enamorado, y por haber “salido del closet”.

 

Pese a su sonoro apellido italiano, el joven educador tenía cierto aspecto teutón o, al menos mientras mantenía a raya a sus genes, pasaba por tal en su nuevo entorno. Vivía con su pareja en las afueras de Münich, ciudad que le encantaba porque tenía una buena movida cultural y una atractiva bohemia nocturna, amén de ser tolerante o decididamente amigable con el mundo gay.

 

Esto nos lo contó, lleno de entusiasmo y dicha, en Buenos Aires, y luego nos lo siguió contando a través del entonces novedoso –al menos para algunas y algunos de nosotros- correo electrónico. Por este medio, siguió hablando maravillas de la puntualidad de los trenes, de la eficiencia de los servicios, del respeto por los bosques circundantes, y por la multiculturalidad existente a partir de tantos inmigrantes que trabajaban, estudiaban y vivían en Alemania.

 

Al contrario del profesor finlandés, este joven académico mantenía un vínculo distante, cuando no decididamente crítico con el peronismo. Este posicionamiento, que en términos políticos podía entenderse como una mirada de izquierda, en términos culturales podía terminar en un divorcio mal llevado, sobre todo para un educador interesado en la polifonía de sentidos del mundo popular. Y algo de eso comenzaba a traslucirse en los correos mencionados.

 

Curiosamente, lejos de sentirse a salvo de la barbarie, el becario alemán parecía sentirse cada vez más amenazado por sus poderosos influjos que, en este caso, llegaban del Este. Un clima de bien programada beligerancia iba resquebrajando a la Yugoslavia genuinamente multicultural que había sabido edificar el mariscal Josip Broz “Tito”. Los “criminales de guerra” ya estaban identificados, y la OTAN comenzó a bombardear ante el silencio de la ONU.

 

Mientras nosotros –un “nosotros” ideológicamente bien plural y argento- puteábamos a lo loco, desde Münich nos llovían mensajes donde el becario nos trataba –por lo bajo- de “atrasados”. El mundo había cambiado, pero nosotras –argentinos y antiimperialistas irredentos- nos negábamos a aceptar que las “potencias civilizadas” efectuasen “bombardeos humanitarios”.

 

Luego de unas semanas, cuando fueron alcanzados hospitales, trenes y otros objetivos civiles (todos lo eran, en realidad), el becario dejó de tratarnos como a bestias populistas y comenzó a mandarnos recetas de cocina.

 

Carlos Semorile. 


sábado, 10 de febrero de 2024

La sangre que circunda el corazón

 

En una de las novelas de Penelope Fitzgerald, “La puerta de los ángeles”, se cita medio en joda y medio en serio la siguiente sentencia de Empédocles: “El pensamiento reside en la sangre que circunda el corazón”La misma no nos interesa como alegato teórico del propio Empédocles o como refutación del postulado de algún adversario suyo; nos gusta por lo que en sí misma tiene de sugestiva: sería posible aunar razón y corazón.

 

Nos alejamos, pues, de las antiguas discusiones sobre los “humores” o fluidos que determinarían la conducta humana de acuerdo a la predominancia de alguno de los cuatro elementos, y rescatamos la idea –que el neoliberalismo tanto detesta- de que pueda existir un pensamiento hermano de la piedad y que el mismo tenga su fundamento en la savia vital que corre por los cuerpos irrigando los corazones de todas y todos. 

 

Cada vez que el neoliberalismo irrumpe en la vida social de una comunidad, una de sus primeras peticiones de principios solicita –“solicita” es, desde luego, una manera harto cáustica de decirlo- que se dejen a un lado todas las aspiraciones a vivir en un país más solidario, más justo o más cristiano, y que sólo se atienda el cálculo de una razón que sostiene que nadie debe vivir por encima del nivel de subsistencia.

 

Esto no quiere decir que el neoliberalismo desconozca que existen necesidades materiales. E incluso espirituales: Margaret Thatcher dijo alguna vez que “la economía es el método, el objetivo es el alma”.

 

Como dice el refrán de los bogas, “a confesión de partes, relevo de pruebas”. Es decir: la economía, llevada a cierto grado de primitivismo, termina por doble1gar cualquier tipo de resistencia a los planes de ajuste.

 

Pero también puede recorrerse el camino contrario que es el que, a nuestro modesto entender, se hizo caminar a los ciudadanos para convencerlos de este derrotero (de ahí viene la palabra “derrota”: ser sacados a la fuerza de la ruta) que hoy transitamos: a través de los oídos –como en “Hamlet”- se les emponzoñó la sangre que circunda sus corazones, y éstos terminaron tan abroquelados en su odio que el pensamiento se les volvió ajeno y débil.


Saturados los oídos y envenenada la sustancia que debería oxigenar al órgano rector, el resultado es un pensamiento confiscado que está rendido de antemano y que clama por la mano brutal e inclemente del mercado.

 

Por ello urge que volvamos a dialectizar la discusión política, ya que muchos compatriotas necesitan hacer diálisis y ni siquiera lo saben.

 

Por Carlos Semorile.

lunes, 15 de enero de 2024

Festivales y figuras, entre "tradicionalistas" y tradicionales

 

   Alguna vez escribimos que en la política argentina pasa un poco –un poco bastante, a decir verdad- lo mismo que pasa con el folklore, que está lleno de “tradicionalistas” que son los dueños de las figuras, de sus legados y de la exégesis que debe hacerse sobre los mismos. Y que quienes controlan los diccionarios -políticos y folklóricos, puntualizamos ahora- determinan qué cosas pueden decirse, dónde es adecuado decirlas y cuándo guardar un silencio prudente y cómplice.

 

El sábado en el Festival de Jesús María, Peteco Carabajal tuvo un gesto de coraje cívico que cualquier criollista no dudaría en calificar como tradicional de los nativos de estas pampas. Hoy los “tradicionalistas” salieron a cruzarlo por su atrevimiento, usando el lenguaje de las investiduras que deben respetarse, aunque los ungidos vengan degollando. Cuando discutamos de verdad los legados y los diccionarios, se verá cuántos reaccionarios se cobijaron bajo el generoso poncho del folklore, que los legitimó como artistas masivos sin que nunca dieran una prueba de defender en serio los intereses populares.  

 

Por Carlos Semorile.

En todo soy argentino y en todo soy nacional


 

   “Al paso que van los años,

sólo tienes lo que das.

No te duermas, Capataz,

sobre el rumbo de la estrella,

si vas abriendo una huella

pa´ que sigan los de atrás…

         

   Soy del llano o de la selva,

del cerro o del Litoral.

Pa´ mí, no todo es igual…,

y pa´ no errar el camino,

en todo soy argentino

y en todo soy nacional”.

 

Buenaventura Luna, 1953.

 

Si recurrimos a estos versos de Eusebio Dojorti para hablar de “Norberto Galasso. Pensar en nacional” es porque nos parece que sintetizan la labor de todos aquellos hombres a los que Galasso dedicó su vida de investigador y escritor comprometido con la causa del pueblo, sirviendo él mismo de puente para que sus huellas permanezcan y las “sigan los de atrás”, porque “las ideas necesarias siempre se imponen, se irradian, tardan a veces en imponerse, pero logran imponerse porque se encuentran con la realidad”.

 

La bonhomía de Galasso, su don de gentes y su carácter afable, no son incompatibles con su diáfana y firme defensa de ese pensar en nacional que caracterizó a Jauretche, Scalabrini, Arregui, Cooke, e incluso a él mismo.

 

Cuando habla de ellos en el documental, lo hace con una capacidad didáctica envidiable a la cual suma una emotividad apenas perceptible, pero profunda y cálida en el modo tierno en que rescata sustantivas anécdotas.

 

Es poco común encontrar a un pensador tan ecuánime en sus opiniones y que es capaz, por ejemplo, de exponer los ásperos debates entre Perón y Cooke sin juzgar ni condenar cada una de las opciones que plantearon.

 

También es notable la manera es que sale airoso de planteos que se desvían del conflicto medular de una etapa, y lo hace sin necesidad de estridencias, enojos ni, mucho menos, la descalificación del consultante.  

 

La importancia de Galasso está sustentada en más de sesenta años de publicaciones (folletos, artículos, libros) más presentaciones, debates, su propia escuela de formación, pero sobre todo en su lucidez para nunca “errar el camino”: de todos los papeles y carpetas que se desparraman por sobre su escritorio, sus bibliotecas y hasta en el piso de su estudio, la única vez que lo vemos corregir la posición de una imagen es cuando centra la foto enmarcada donde se lo ve junto a la expresidenta Cristina Kirchner.

 

Por todas estas razones, debemos agradecerle a Federico Sosa por haber pergeñado este valiosísimo documental, y a Norberto Galasso todo lo que ha escrito, pensado, perseverado y militado como argentino de la querencia popular de los nacionales. Pues esa es la única corriente que nos hermana.

 

Por Carlos Semorile.

jueves, 11 de enero de 2024

La motosierra pesa, pero no piensa

 

 

Cuando aparecen en la escena política ciertos instrumentos que gravitan por sus dimensiones y/o su capacidad de daño, conviene recordar aquella frase que en los años ´70 advertía: “Los fierros pesan, pero no piensan”.

 

Una evidencia empírica de la validez de esta idea la tenemos en el fin del Terrorismo de Estado: tras la derrota de Malvinas, la Dictadura Genocida no pudo evitar sufrir otra caída decisiva, esta vez en el plano de la política. 

 

La posesión de los patrulleros, las metralletas, las granadas, los camiones hidrantes y -llegado el caso- los helicópteros y los tanques, ejercieron una suerte de hechizo respecto de que la dominación era un tema resuelto.

 

Pero la hegemonía –en griego dominación se dice “hegemonía”- es un asunto más complejo que el monopolio estatal de las fuerzas represivas, y exige un conjunto de prácticas políticas que buscan obtener consenso.

 

A un mes de iniciado el ciclo ultraliberal, es posible afirmar lo mismo que se hacía evidente durante la campaña electoral del autopercibido reyezuelo: que la motosierra pesa, pero no piensa. Al menos, no en el pueblo.

 

Como herramienta, la maquinola destaca por su volumen, y como “fierro” aplicado a situaciones de índole política, por su capacidad de daño: por eso se les preguntaba a sus cultores de qué lado de la misma creían estar.

 

No era una pregunta capciosa, ni mucho menos una chicana gratuita: era una invitación a pensar por fuera del hechizo de que un chirimbolo gigante iba a ser capaz de resolver cuestiones económicas, políticas y sociales.

 

La aplicación a mansalva de la citada sierra a motor, no ha hecho más que agravar todos los problemas existentes y es por ello que, previendo la respuesta de buena parte de la sociedad, nos amenazan con más fierros.

 

Pero lo que aquí nos interesa es la segunda parte de la frase que citamos al inicio, cuando avisa que los cacharros no piensan por sí mismos, y que si te dicen lo contrario es porque su aplicación supone ideas contrarias a tus intereses. Y, ya que estamos, lo mismo pasa con esos aparatitos llamados celulares y que –al parecer- tanto han tenido que ver con el triunfo de la casta usuraria: el celu tampoco piensa y si te da todo resuelto, desconfiá. Es sólo un fierrito, pero usalo bien porque trafica ideas que te joden la vida.

 

Por Carlos Semorile.


miércoles, 10 de enero de 2024

Conciencias desdichadas

 

Una de las preguntas más bravas con que este nefasto presente nos interpela a diario, es cómo fue que dimos por descontado que había un piso mínimo de reglas de convivencia democrática que estaban aseguradas.

 

Desde luego, la persecución judicial a Cristina con el propósito de proscribirla como candidata y el posterior intento de asesinarla, dieron paso a un tiempo de penumbras que muchos no quisieron leer en profundidad.

 

La dinámica del proceso electoral nos encontró peleando palmo a palmo con un conjunto de conciencias desdichadas que, hasta el día de hoy, se niegan a reconocer que metieron la gamba de una manera espantosa.

 

No hay sector de la vida económica, laboral, cultural, comunitaria, barrial y hasta vecinal que no sufra el atropello de este thatcherismo entreguista de quienes se posicionan como ingleses para tratarnos como irlandeses.    

 

Hay un desembozado propósito de desquiciar cualquier ordenamiento político, social y jurídico, que millones de compatriotas lo van sintiendo en sus bolsillos, pero también sienten la humillación de ser descartados. No es desaforado pensar que justamente este sea el designio de una política impiadosa para con todos los que, en algún momento u otro de los gobiernos kirchneristas, creyeron en sus derechos: éstos deben ser escarmentados.

 

Esta ofensa es tan unánime que resulta difícil comprender cómo la eluden aquellos que dieron su voto a quienes los desprecian, pero se las arreglan para enquistarse en un pliegue recóndito de sus malas conciencias.

 

La desazón es muy grande entre quienes sí la vimos venir, y no fuimos escuchados por quienes prefirieron su odio antes que cualquier intercambio dialéctico de esos que formaban parte de la vida política de los pueblos.

 

Algunos suponemos que la realidad es una escuela tan implacable como ineludible, y que poco a poco muchos advertirán que el daño que pensaban provocarles a otros, está recayendo sobre ellos y sus afectos más cercanos. Sin embargo, nos parece que el problema de las conciencias desdichadas va a perdurar más allá del tiempo que dure este atroz experimento, y que no será fácil lidiar con todo el cúmulo de reproches cruzados que nos estamos haciendo unos a otros. Y visto en perspectiva, no podemos darnos ese lujo. 

 

Por Carlos Semorile.